By Agustina Mitjavila - IDENTIA / PR | October 14 2025
En un mundo hiperconectado, donde lo visible parece sinónimo de existencia, los líderes —ya sean políticos, corporativos, sociales o artísticos— se enfrentan a un desafío creciente: cómo mostrarse sin diluirse. La exposición pública ya no es un acto puntual, sino un estado permanente.
En ese escenario, las agencias y equipos que acompañamos liderazgos necesitamos tener muy presente la delgada línea entre la construcción de una imagen y mantener una voz coherente en el tiempo.
La comunicación política y corporativa muchas veces se refugia en frases efectistas: “Estamos más cerca que nunca”, “El cambio ya empezó”, “Juntos transformamos”. Mensajes diseñados para agradar, pero no necesariamente para conectar. Sin embargo, la saturación de discursos “perfectos” ha vuelto a la audiencia más escéptica. Hoy, la autenticidad no se finge: se percibe.
El concepto de extimidad, desarrollado por la reconocida antropóloga argentina Paula Sibilia (2018), ayuda a entender por qué lo íntimo se ha convertido en parte del discurso público. No se trata solo de mostrar vulnerabilidad, sino de hacerlo con propósito: revelar sin exponerse del todo, compartir para acercar y construir confianza sin convertir la vida privada en mercancía emocional.
En paralelo, como explican los académicos Eugenia Mitchelstein y Pablo Bockowski (2022) en sus estudios sobre el entorno digital, el contexto de las redes impone su propio ritmo: visibilidad inmediata, exigencia de reacción y exposición constante. Los líderes deben aprender a actuar en ese ecosistema sin perder profundidad.
Un ejemplo reciente ocurrió con Andy Byron, entonces CEO de la empresa tecnológica Astronomer (con sede en Nueva York), y Kristin Cabot, su Chief People Officer (directora global de Recursos Humanos). Durante un concierto de Coldplay en el Gillette Stadium de Foxborough, Massachusetts, ambos fueron captados por la “Kiss Cam” del estadio mostrando una actitud cariñosa. Al percatarse de que estaban siendo filmados en la pantalla gigante, la reacción fue inmediata: Cabot se cubrió el rostro y Byron buscó salir del encuadre.
La imagen, compartida por un espectador y replicada millones de veces en redes, y las consecuencias que esta generó, abrió un debate mundial sobre los límites entre la vida privada y el rol público de quienes lideran empresas con alto impacto social y mediático. El episodio no solo evidenció la fragilidad del control sobre la narrativa personal, sino también cómo la percepción pública de un líder se construye —y se redefine— a partir de interpretaciones colectivas, muchas veces ajenas a su propia voz.
Gestionar ese tipo de exposición no implica ocultar, sino intervenir con inteligencia: decidir cuándo hablar, cuándo callar y de qué manera hacerlo. En tiempos en los que una foto puede convertirse en un statement, acompañar estratégicamente a un líder exige sensibilidad, timing y propósito.
Acompañar estratégicamente implica mucho más que “posicionar”. Supone ayudar a modular la voz pública: cuándo hablar, cuándo callar, qué mostrar y, sobre todo, qué dejar fuera del foco. Porque no hay estrategia más poderosa que la coherencia entre mensaje y convicción.
En tiempos de exposición permanente, el riesgo es confundir presencia con liderazgo. Un trending topic puede multiplicar la visibilidad de un líder, pero esa notoriedad suele ser tan efímera como el algoritmo que la impulsa. La reputación, en cambio, se construye a largo plazo, a partir de la coherencia.
Desde la perspectiva del lingüista Teun A. van Dijk (1997), la coherencia no es solo una estructura discursiva, sino un principio cognitivo: es la capacidad de organizar mensajes de manera significativa para quien los recibe. Esto implica que la voz de un líder debe funcionar como un relato articulado y consistente en el tiempo, donde cada intervención se conecte con un marco narrativo más amplio.
Así, el liderazgo no se mide solo por lo que se dice en un momento puntual, sino por la trayectoria discursiva que sostiene esa voz.
Una comunicación coherente no busca la viralidad instantánea, sino la construcción de sentido. No se trata de hablar más, sino de hablar mejor: de sostener una narrativa alineada con la identidad, los valores y las decisiones que se comunican. Y en ese proceso, el backstage cobra relevancia: son clave la preparación, la reflexión y el ensayo para definir límites. La consistencia entre lo que se dice y lo que se hace es lo que diferencia a un líder visible de uno creíble.
La coherencia, como plantea Van Dijk, es la capacidad de construir una narrativa estable y significativa a lo largo del tiempo. En entornos complejos y saturados de información, no basta con aparecer: es clave mantener un relato sólido, coherente y alineado con la identidad del líder. Esa consistencia entre tono, intención y verdad es lo que convierte la comunicación en liderazgo genuino.
El desafío no consiste en fabricar apariencias, sino en sostener la tensión entre lo público y lo íntimo. Entre la escena y el backstage existe un territorio delicado: el yo virtual, el personaje público y el yo verdadero que late detrás de las cámaras. Gestionar la visibilidad en entornos complejos no significa estar siempre presente, sino saber cuándo aparecer, con qué voz y con qué mensaje.
Porque el verdadero liderazgo no se mide por cuánto se ve, sino por cuánto de lo que se muestra es, y por la capacidad de mantenerse auténtico y coherente.
Porque el verdadero liderazgo no se mide por cuánto se ve, sino por cuánto de lo que se muestra es, y por la capacidad de mantenerse auténtico y coherente.
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